El odioso Tarantino

  

Seguramente se ha incrementado por las redes sociales, pero ya venía de antes, vivimos en una época en la que el Me Gusta o No Me Gusta lo absorbe todo. Criticar es una de las cosas más fáciles pero a la vez menos útiles del mundo. Seguramente por eso nunca me han interesado los críticos de cine que resumen las cosas en un: Me gustó o no me gustó. Me interesan los analistas que me hacen ver en la película lo que yo no fui capaz de ver.

Pero no es lo que hacemos ahora. Antes de reflexionar y, sobre todo, antes de informarnos, la rapidez de este mundo nos exige tomar postura rápidamente ante las cosas. No se debe tardar más de dos minutos antes de colgar tu tuit de opinión nada más salir del cine. No hay tiempo para pensar referentes, para buscar datos en google. Cuanto antes, en cuanto sale cualquier TT, sentimos la obligación de contar a nuestros seguidores en las redes qué opinamos sobre las cosas. Por eso una vez puse en Twitter que mi frase favorita para poner en un meme sería: “No tengo una opinión clara sobre eso, voy a tomarme mi tiempo para pensarlo y te digo algo”

Esta ansiedad por el posicionamiento en la luz o en la sombra ha provocado también que se pierda una de las cosas más bonitas de la valoración artística: El análisis. en nuestro mundo no cabe la gama de grises: Las cosas deben ser maravillosas o abominables. Es la crisis del matiz. Todo debe ser cero o cien. No me interesa un 36 o un 98.

Por eso, creo que a nadie le va a gustar lo que ha hecho Tarantino. Una película que, seguramente, sólo va a gustarle a él y a cuatro piraos. Si los referentes de las siete películas anteriores eran homenajes al cine menos comercial convertidos en digeribles para la mayoría, aquí ha invertido los términos. Esta es una película conscientemente lenta, conscientemente aburrida. Una trama que podría ser un cien rebajada hasta un cincuenta por una decisión personal del director.

Por eso no paro de leer: La historia podría contarse en hora y media, no hacían falta tres horas… Y tienen razón, y Tarantino lo sabe también, por eso se recrea en esos claramente largos planos de la diligencia, por eso las cosas ocurren deliberadamente lentas, por eso permite una canción ni muy bonita, ni muy animada en mitad de la trama sabiendo que eso va a lastrar el ritmo.


Tarantino ha hecho una película pensando que no nos va a gustar.
Seguramente sabe que su siguiente película (Kill Bill 3) le va a redimir de todas las críticas con esta y ha decidido darse un homenaje, demostrar que adora un tipo de cine al que hasta ahora había rendido homenaje disimulado de comercial y en esta no quiere ocultar.
Ingmar Bergman ya estaba en esos largos diálogos de Reservoir Dogs, Pulp Fiction o Kill Bill, pero el contenido de esos diálogos eran tan disparatado (Like a Virgin, Los masajes en los pies, Superman…) que nos despistaba del referente Bergmaniano (noniano) haciéndonos esas peroratas inolvidables por el humor y la forma en que estaban rodadas… 

En Hateful el homenaje se hace directo: La luz tenue, las palabras arrastradas, la temática incómoda….
El homenaje al western estaba en todas las anteriores, el inicio de Malditos Bastardos es, seguramente, el ejemplo más obvio- Pero el western, como cualquier género, tiene mil matices, y el elegido para ser homenajeado aquí aquí está muy lejos de la comercializad del Espagueti, 
Tarantino se fija aquí en aquellos westerns psicológicos de Anthony Mann, aquellas escenas larguísimas en una cabaña de El Hombre del Oeste, aquellos cowboys torturados de Colorado Jim, incluso aquellas charlas interminables sobre el deber de Dos cabalgan Juntos o La Legión Invencible.
El director elige prescindir casi de los exteriores. Elige dos, si contamos la diligencia, escenarios únicos, elige filmar una obra de teatro inglés (diez negritos) o casi una serie inglesa (arriba y abajo). Elige un tono para decir las cosas muy parecido a aquella obra maestra llamada Lo que Queda del Día. 

Los referentes de esta película son, pues, voluntariamente plomizos, Tarantino ha pretendido hacer una película sin pensar en la gente que va al cine a ver una película de Tarantino, negándoles muchas de las cosas que han marcado su sello, su manera de hacer las anteriores. Y aquí están muchos de los que se quejan de que Tarantino no parece él, olvidando cuando empezaron a ir a verle precisamente porque no se parecía a nadie.
Pero cuidado. Si no te ha gustado la película, seguramente tienes razón. Tarantino ha hecho una película tan fuera de su tiempo, tan en el ritmo de los años cincuenta o sesenta, que es absolutamente lógico que no te guste, que te aburra, que pienses que se podría haber hecho mejor. Tarantino también lo sabe, sólo que no le ha dado la gana porque no era eso lo que buscaba al hacerla.

Por eso para los amantes de la clasificación extrema (cero o cien) esta película probablemente sea un cero y la despacharán con un NO ME GUSTA como una casa, antes de irse a opinar de las cabalgatas, el calentamiento global o el último disco de David Bowie. 



Yo, personalmente, tengo en la cabeza un 85 y la película va creciendo en mi cabeza, las escenas, los diálogos, las interpretaciones, se van haciendo grandes… Voy a esperar a verla de nuevo, pero creo que, en muy pocos meses, esta película será un 95. O un 73… Con ambos me conformo

A los amantes del cero o cien tampoco os gustará este post. Porque no se posiciona. No da mi opinión mascada, salvo la de que me ha gustado más que a muchos  y por motivos diferentes a los que tienen los que la odian. En vuestros comentarios a este post contestaréis muchos: “Pues a mí me gustó o pues a mi no me gustó…” Y eso significará que he fracasado en lo que quería explicar.

La vida, a pesar de que sea más incómodo ir más allá de las reacciones primarias, a pesar de que críticas es más cómodo que análizar, es una gama de grises. 
  

El precio de tus ojos. 

  

 

Toda la vida lleva uno escuchando de refilón en los bares
la conversación sobre lo desmedido que le parece a un tipo de la barra lo muchísimo que cobran los futbolistas.
Lo suele decir una persona mientras ojea el As, y mira a la vez alguno de esos telediarios que se han convertido en un ratito de noticias, ya viejas cuando salen, y todo el resto de información deportiva convenientemente interrumpida por anuncios y banners de cosas comprables.
La misma persona que, si puede, se quitará de lo que sea para asistir al derbi de turno, para comprarle al chiquillo la camiseta de su jugador, para tener el FIFA 2053 en cuanto salga se sorprende de que los jugadores, la cara visible de un negocio millonario, cobren cifras millonarias. 

Pues claro que ganan mucho dinero, y es justo que lo hagan. Ganan tanto como pares de ojos sean capaces de reunir a su alrededor.

Pongo el ejemplo del fútbol porque es lo más mayoritario, pero me vale igual el de la última de Star Wars, el de la web que visitas o el del programa que lo peta.

Tus ojos dirigidos a cualquiera de estos productos, generan una pasta que justifica su existencia, de ahí tu responsabilidad.

Sin embargo parece que nadie está dispuesto a asumir que, el lugar en que pone su atención valga tanto dinero que justifique estos sueldos. Nadie se pone a sumar y piensa en cuántas personas en cuántos bares están diciendo lo mismo y viendo esos mismos anuncios. Y nadie parece querer sacar la conclusión de que todos esos productos que se anuncian generan un dinero, que, lógicamente, debe ser pagado a las estrellas 

Me fascina lo poco consciente que es la gente de este país de cuánto están dispuestas las marcas a pagar por sus ojos y, por lo tanto, de lo importante de elegir hacia dónde los dirigen. 

Se baraja en estos días una cifra desorbitada que va a cobrar determinado famoso por nada por entrar en un programa de televisión. Y leo, en esa nueva barra de bar que es Twitter, encendidos comentarios de protesta contra la cadena de televisión, contra esta sociedad enferma, contra estos famositos de tres al cuarto… Ninguno contra ellos mismos por verlo. 

A pesar de los años que llevamos siendo espectadores, seguimos pensando que tenemos impunidad viendo según qué programas, que el hecho de que lo veamos, aunque sea para criticarlo, no afecta a que existan.

Me dijo alguien una vez: «El audímetro no pregunta si te gusta o no un programa, sólo quiere saber si lo ves». Y esta es la clave. Pensamos que si estamos viendo este tipo de basura pero insultando a los que salen, diciendo cada cierto tiempo «Menuda basura, cómo pagarán a estos tontos, y que haya gente a la que le guste esto…» nos estamos limpiando de la culpa de que existan, y nada más lejos, mientras tú lo insultas y lo repugnas, el programa se hace más fuerte con tu odio, como un Vader aún más oscuro.

Cada minuto que dedicas a verlo, mientras piensas que la gente que ve eso es una ignorante, suena el Clink de una caja registradora en algún despacho y da la razón a los programadores que afirman que hay que hacer programas dirigidos a la capa más baja de la cultura española y pedir que las capas de arriba bajen a ese nivel en lugar de tratar subir el de las menos informadas.

Básicamente, los programas más básicos exigen menos esfuerzo, menos guionistas, menos complejidad de realización. Es decir, salen más baratos, por lo tanto lo que interesa es que la población no exija mejores programas y prefieran criticar lo malos que son los que existen… Pero que los vean.

La teoría de «si pusieran mejores programas, la gente los vería igual» demuestra desconocimiento profundo de cómo funcionan los canales de televisión generalistas. Todas han intentado una y otra vez dignificar sus emisiones con productos mejores y no los habéis querido ver. Los cajones de las cadenas están llenos de esas series americanas que tanto elogiamos pero que, cuando las ponen en esas cadenas, sacan audiencias mínimas (Lost, 24… Todas tuvieron que dejar de emitirse a la mitad o acabar en horario de madrugada por baja audiencia) Y los resúmenes del año llenos de programas algo más elevados que se murieron tratando de convencer a la gente de que no viera telebasura (Mirad todos los programas que han fracasado en este 2015 ).

Resumiendo: Si los ves, los financias, tus ojos valen dinero, tu atención, el tiempo que les dediques, enriquece a gente y refuerza que existan más de este tipo.

Verlo para insultar a los participantes y su calidad, les hace más fuertes y más ricos. No eres inocente de que existan estos programas. Ni son las cadenas las únicas culpables de la baja calidad. 
Los verdaderos culpables son tus ojos.