Cuando salí de ver La La Land me puse corriendo en Spotify la canción inicial. Ese temazo que transmite el todo el buen rollo del mundo. Iba por la Puerta de Sol sintiéndome dentro de un musical, parecía que la gente se movía al ritmo de la música y yo bajaba las escaleras sintiéndome Leroy Johnson en Fama. De estos momentos en los que los demás seguramente te ven patético pero a ti te da igual.
En mi cabeza iba sincronizando el momento en que la canción pega el subidón coral para que coincidiera con cuando cruzase el torno, lo he visto en el Bad de Michael Jackson y el efecto es brutal. ¡¡Vamos allá, Gene Kelly!!
Pero, mierda, cuando metí el billete para abrir el torno, mi billete se había desmagnetizado y la luz se puso roja.
Tuve que ir al mostrador, pedirle a una señora que me lo activara y esperar a que lo hiciese mientras la canción llegaba al climax colgada de mi cuello, lejana para poder oir las protestas de la señora.
A la mierda la magia.
Porque la vida, que lo sepas. No es un musical.
En la vida nadie arranca a bailar en un atasco, nadie hace claqué en zapatillas. En la vida el sol no brilla en todas las estaciones. Los musicales son mentira. El mismo cine, que a lo mejor no te has dado cuenta, es una maldita mentira.
La vida es eso que, poco a poco nos convierten en rutina, obligaciones, realidades que organizan el caos, que doman los sueños, que nos ponen los pies en la tierra para que, si bailamos, no volemos.
Nacemos siendo free jazz y, poco a poco, nos van poniendo una caja de ritmos de fondo.
No, la vida no es un musical ni una carpeta de Mr. Wonderful,en la vida los sueños corren más que tú, por mucho que te hayan dicho que debes perseguirlos y los conseguirás. En la vida no siempre ganan los buenos, ni los más válidos, ni siquiera los que más se esfuerzan, la vida es jodidamente injusta, desigual y frustrante.
Pero para que tú te levantes cada mañana, para que vayas a trabajar, para que te compres eso que venden tan caro pero tan bonito. Para que no dejes de hacer cosas, hace falta la gasolina de la mentira.
La vida no es un musical de Fred y Ginger, el amor perfecto no siempre triunfa, y los deseos duran lo que tarda en llegar esa factura que no podemos pagar.
En la vida no te enamoras en los atascos, no te cruzas mil veces con el amor de tu vida, no descubren tu talento de manera casual. No te toca la lotería ni tu jefe decide doblarte el sueldo en un arranque de justicia. Eso, sinceramente, no es la vida… Eso es el cine, la literatura, el teatro, la música.
Cada ser humano lleva dentro un mínimo de dos personas. Una de ellas hace las cosas que tiene que hacer cada día, baja la basura, trabaja, lleva las ruedas a revisión, llama a sus seres queridos a ver cómo están, prepara unas croquetas…
El resto de esa persona, se emociona con una película, se conmueve con una canción inesperada, se pierde en un abrazo y llora con una decepción…
Somos rutina y magia. Tanto decirnos que nos busquemos a nosotros mismos y creo que somos todo lo que queda cuando nos quitamos de encima todo eso que hacemos porque es racional hacerlo. Somos la magia que queda cuando superas la rutina. Somos lo que nos conmueve.
Al final la vida se parece más a Casablanca que a un musical de Busby Berkeley. Nunca hay un final en el que todos se saben la coreografía y celebran que todas las tramas han quedado felizmente cerradas.
La vida son esos aviones que han partido, esas historias que quedaron a medias, esas explicaciones que no se pudieron dar, encoger los hombros y seguir al lado de una nueva amistad. La vida es ese París que queda cuando la guerra del día a día ha bombardeado todo.
Esa es la jodida realidad, la puta vida, la que no somos capaces de asimilar en toda su crudeza. Por eso algunos se agarran a la promesa de que más allá de la vida hay algo mejor, otros a la esperanza de un golpe de suerte, otros al dinero que tienen y a lo que pueden comprarse con él. Y casi todos, a la gran mentira de que no se pueden morir mañana.
Algunos, como la protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo, en lugar de maquillar la realidad, buscamos momentos para aplazarla. A veces necesitamos meternos en el cine, en un libro, en un universo de ficción, para que, como una nana de tu madre, alguien te acaricie la frente y te diga que todo va a ir bien, aunque no lo sepa, aunque te mienta. Aunque tú sepas que te miente.
Necesitamos que algo nos diga que los sueños vuelan, que el amor brilla, que las copas están llenas a tope, que el The End vendrá justo cuando tiene que venir.
Por eso esta película es necesaria, porque nos da el subidón de la mentira pero no nos oculta la realidad. Porque, nos aclara, desde el principio que la vida es eso que no para de darnos hostias y que no piensa parar, y que la única manera de afrontarla es levantarse cada día, sacudirse las frustraciones del día anterior y esperar a que vengan las de hoy sabiendo que entremedias de la realidad, vendrán cosas que nos harán bailar en las estrellas y nos darán fuerza hasta que vuelva a amanecer.
Lo más poderosos del ser humano no es su dinero, su posición o su éxito, lo más poderoso, lo que conoce todo aquél que ha tocado fondo, es su capacidad para remontar el vuelo por mucho barro que le echen en las alas.
Y el verdaderamente fuerte, no es el que alcanza sus sueños, sino el que es capaz de seguir soñando después de que tantos se le hayan escapado. El que se sigue acostando con un brillo dentro la Noche de Reyes a pesar de que ya el mundo ha explotado sus ilusiones.
Cada uno busca sus fugas para reencontrarse con el rebelde sin causa que lleva dentro apretado entre obligaciones. Yo, hoy, le he sentido más cerca gracias a esta película, que no va a arreglar mi vida, pero que la ha hecho un poco más feliz mintiéndome lo justo.